lunes, 14 de diciembre de 2009

Hoy somos todos desechables



Hoy somos todos desechables. Como un pañuelo, un condón o una toalla higiénica. El ser disminuido a la producción en serie, a la perdida de identidad, a la monotonía de hacer todos lo mismo. Somos un montón de burros que se miran las caras. Siento nausea, me da asco, desprecio. La mitad de las personas me parece inútil, la otra mitad da lo mismo, en unos meses más no los verás, y lo que les ocurra no importará, porque conoceremos otras personas, que cumplirán su labor, que serán útiles en ese momento, y luego los desecharemos.

Como un gusano de tierra que llega a la superficie, y se queda embobado mirando el sol, porque es primera vez que lo ve, y siente en sus anillos corpóreos llenos de nada, el calor de aquel circulo amarillo brillante. Así se siente el día de hoy, así se sienten todos los días. Mirar el sol un rato, y volver a la tierra oscura, deslavada, con el alma sin color, sin gusto a nada, ni a tierra. El comer despacio, sintiendo el sabor de cada cosa, en un ejercicio por entender por que cada cosa tiene ese sabor y no otro. ¿Porque tengo este color y no otro? ¿Porque soy azul como el mar?

Podría haber nacido verde, y mezclarme con la hierba que crece a la orilla de las veredas rotas. O negro como la noche, o como tus ojos de puta sin pasión. O rojo, como la sangre de los que tienen sangre. Pero bueno, al fin hay que aceptarse como uno es, y hoy yo soy viejo, y mis aves ya no cantan como antes, mi voz no suena como antes, yo ya no soy yo.

Lo único que puedo decir hoy es, vayan todos, antes que no vaya nadie.

Humberto, descansa en paz.

domingo, 25 de octubre de 2009

Dineropadres



Hoy me compré un hijo. Hacia tiempo estaba meditando, que un vástago me haría sentar cabeza, ordenarme un poco en esta monotonía que algunos se dignan a llamar vida. Lo elegí cuidadosamente, y si bien taba indeciso al principio, al final me decidí por un chino. Como que esa cara redonda y sus rasgados ojos me despertaron simpatía y era el que tenía la foto más monona en el catálogo. Saque mi tarjeta de crédito y listo, operación terminada. Al cabo de dos semanas sonó el timbre de mi casa y un señor con unos lentes muy gruesos descargó una caja de cartón, y me hizo firmar una serie de engorrosos papeles. Luego de eso colocó la caja cuidadosamente en el living y se marchó en una camioneta cargada de cajas como la mía.

Me quede al menos dos horas observando la caja. Como un niño curioso, que no quiere abrir su regalo para que la sorpresa dure eternamente, como cuando se sabe lo que hay dentro, pero igual nos da cosa mirar. Finalmente tomo un cuchillo de la cocina y corto las amarras, saco el montón de tapas y empiezo a escarbar entre la montaña de bolitas de plumavit que ahí se encontraban y veo una redonda cabeza negra. Saco un poco más de bolitas y ahí aparece el chinito, con sus rasgados ojos, que al sonreír, parecen estirarse y rasgarse hasta el infinito. Venia medio dormido pero se incorpora rápidamente y hace una graciosa reverencia. No puedo evitar reír. Ahora tengo un hijo, alguien a quien cuidar, educar y por quien soy responsable al menos hasta que cumpla 18 años. Me da un abrazo, es gracioso el chinito.

Lo llevo a su habitación y le pongo música, me mira contento así que supongo que le agrada. Se da unas vueltas y se duerme, placidamente en su cama nueva, en su vida nueva, que no pudo elegir porque yo la compré y lo educaré del modo que me plazca. Le enseñaré a tocar guitarra para que pueda cantar con su padre cuando estemos aburridos, le regalaré mil libros que tendrá que leer y luego podrá comentar conmigo y reírnos, le regalaré un perro para que desde pequeño desarrolle amor por los animales. Lo llevaré al estadio a los partidos del equipo que a mi me gusta, para que desarrolle la misma pasión por el. Le compraré la ropa que a mi me guste, para que el pequeño tenga onda y estilo desde su infancia, pagaré diseñadores si es necesario. Lo matricularé en una escuela pagada, para que no se mezcle con niños que no le aportarán nada a su formación, y para que sus amigos sean gente con clase. Le regalaré un auto cuando cumpla 18 años y entre a la Universidad, para que no tenga que andar caminando y pueda pasear a su novia, llevarla a ver puestas de sol y hacerle el amor en las periferias de la ciudad. Le regalaré un viaje, cuando se titule, para que conozca el mundo y vea las cosas de otra perspectiva. Y todas esas cosas haré, mientras el chinito duerme placidamente, soñando con otros niños chinos en cajas de cartón con bolitas de plumavit que en este momento deben estar viajando en algún lugar. Y aquí me quedaré observándolo, hasta que algún día, llegue el señor de gruesos anteojos y me tome, me envuelva y me ponga en una caja, y me envíe a la casa de algún hijo que se siente solo, y que tenga ganas de cuidar y abrazar un padre.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Veintisiete



Hoy, antes de las 12 todos se pararon de la mesa, y esperaron que terminara de beber mi té. Cuando la medianoche llegó a mi casa, mi hermana se acercó y me dio un abrazo, seguido de otro de mi mamá, mi hermano. Mi papá no dijo nada, solo se fue caminando lentamente hacia una puerta, para luego salir de ella con una pequeña bolsita, la cual extendió hacia mi, acompañado de un apretón de manos y una sonrisa. Y aquí estoy yo, sentado mientras todos me miran riendo, esperando que mis manos comiencen a destrozar el pequeño papel que tímidamente está en la mesa, brillando, aceptando su fugaz destino de duración mínima. Tomo el pequeño envoltorio y lo abro. Adentro una pequeña caja que aumenta mi curiosidad. Es increíble como la capacidad de sorprenderse no se agota nunca, que estoy de la misma forma que un niño pequeño al mirar un dulce o una bicicleta, esperando levantar su pierna y echarla a andar por desconocidos senderos la vida entera. Con cuidado tomo la cajita y la abro. Es… ¡un reloj! Un negro y cuadrado reloj, que brilla y me mira, como un viejo serio y formal. La verdad me toma por sorpresa, no es un reloj común, es muy bonito y parece que no está pensado para mi. Me pongo a reír, mi papá también lo hace. Se noto que lo eligió el, es un artículo para usar con terno y corbata, una especie de caballeros, no de jóvenes desarrapados y chascones como yo. Mi papa lo toma, y trata de ponerlo en mi muñeca. Sonrío por dentro al ver que no combina con la pulsera que tengo puesta, recuerdo de mis últimas vacaciones. Me queda holgado, pero no importa, es lindo, es mío, me lo regaló mi padre. Al ver que me queda suelto, mi papá se ríe, me dice que lo eligió probando en su muñeca, uno tras otro. Pone su mano al lado de la mía, es casi el doble de gruesa, y deben haber soportado el doble de trabajo. Me dice que me queda lindo, que debería usarlo con traje, mientras sus ojos brillan. Me miro en sus ojos, me veo mi mismo en el, en mi padre. Comienzo a imaginarlo a el, a mi edad, tal vez recién casado, con un hijo pequeño, sin nada. Los embates de la pobreza, el frío, el hambre, las jornadas de trabajo de sol a sol, La Ligua, la ciudad, la movilidad, las oportunidades, el trabajo, el crecer, el forjar sin nada, una familia como la que hoy tiene. Me dan ganas de llorar, de abrazarlo, de decirle que lo quiero mucho, darle las gracias por todo, por su sacrificio, por su honestidad, por su ejemplo, por ser no el mejor papá del mundo, pero si el más auténtico. No puedo, me tranco, por esa maldita costumbre que de niño nos enseñan que los hombres no lloran. Me la tengo que tragar, y limitarme a sonreírle. No puedo, me supera. ¿Saben cuantas veces le he dicho a mi papá que lo quiero? Una sola, una sola, y apenas porque el llanto no me dejaba hacer nada más, y ahora que está acá, a mi lado, con sus viejos ojos brillosos, orgulloso de su hijo mayor que no es nadie, pero para el es todo, me la trago. Lo único que quiero es darle un abrazo y decirle que lo poco que soy es gracias a el, a su fortaleza, que trato vanamente de imitarlo, aunque estoy a años luz de lograr ser tan buena persona, tan buen chato, tan berna.

Me paro de la mesa, digo buenas noches y gracias, y me voy a mi pieza. A escribir esto, mientras todas las lágrimas que no salieron allá caen ahora, en silencio, en la soledad de esta casa, donde dos habitaciones mas allá está mi padre durmiendo, cansado, soñando con su hijo que hace 27 años llegó a cambiarle la vida.

Este es mi regalo para ustedes.

Álvaro.

jueves, 16 de julio de 2009

Blanca o Julián


Muchas veces me han dicho que del amor al odio hay un solo paso, que en apenas un segundo se puede pasar de adorar a otro, a aborrecerlo profundamente. Yo creo que es así. Hay ocasiones en la vida en que nos vemos sobrepasados por la rabia, por la impotencia, por el dolor. No podemos hacer nada, la angustia nos come las tripas y debemos afrontar el mal rato de la mejor forma posible. Lo que les voy a contar ocurrió hace ya algunos años, estando yo más joven, más flaco, y notablemente más feliz de lo que ahora estoy. Por razones académicas me vi forzado a abandonar mi ciudad natal y trasladarme a un centro urbano vecino, en el cual pude acceder a una formación mejor y conocer a gente variada e interesante. Los años de la enseñanza media transcurrieron sin novedad, los días se parecían mucho unos a los otros, y sin darme cuenta estaba ya en la etapa final de mi vida como pingüino. Fue en el último año, en cuarto medio que la cosa cambió para mejor. Ella era delgada y alta, con los ojos negros y la piel blanca como papel. Adicta a los libros, a la música y a las caminatas. Nunca fuimos muy amigos, aunque los dos sabíamos que teníamos mucho en común. De cierta forma nos evitábamos, aunque siempre nos mirábamos y sonreíamos, en una tácita aprobación.

En las vacaciones de invierno de aquel año, hubo una tocata en la ciudad y el encuentro fue inevitable. Dentro de una masa de gente vestida de negro y pelos largos, éramos los únicos que solo habían ido a escuchar rock un rato. Nos juntamos, conversamos, compartimos un jugo que yo había llevado, y ella me dio almendras que tenía en el bolsillo. Cuando me las pasó, me tomó la mano y me dio un beso. No había más que hacer. Desde ese día pasamos juntos la mayoría de las tardes. Si bien en el colegio no nos pescábamos mucho, apenas sonaba el timbre nos íbamos de la mano, caminando por la ciudad, hablando de todo, compartiendo mis audífonos. Ella se leyó todos mis libros. Cada vez que iba a mi casa sacaba uno, a los dos o tres días lo traía y se llevaba otro. Yo sacaba sus discos, en una relación recíproca de conocernos más a través de la música.

No fue difícil comenzar a explorar nuestros cuerpos. Yo por estar en otra ciudad, vivía en casa de unos tíos, y pasaba todas las tardes solo. Ella estaba en una situación similar, ya que sus padres eran separados, y ella era hija única. Vivía sola con su papá el cual llegaba tarde del trabajo. Una pareja de niños, que se creían adultos. A ella le debo el saber cocinar tan bien, ya que todos los días después de clases, había que preparar almuerzo, ya fuera en mi casa o en la de ella. Luego de eso hacer facsímiles, ver TV o tirar, ese era nuestro panorama. Pasábamos horas desnudos, mirando nuestros cuerpos, comparándonos, aprendiendo, riéndonos el uno del otro, tan flacos, tan niños. Aprendí a amar ese año, a querer a alguien, a sentir pasión, a desear el cuerpo de una mujer que era mía y de nadie más, la que todas las tardes estando yo dentro de ella me miraba y me daba un beso fuerte, doloroso, seguido de otro suave, tenue, casi una brisa, y una sonrisa. Una especia de firma labial, acompañado de sus grandes ojos negros que me miraban fijo, en los cuales me veía reflejado.

Uno de esos días, estando en clases, salió repentinamente. Volvió a los pocos minutos pálida, y dijo no sentirse bien, y pidió que la llevaran a su casa. Apenas terminó el día me fui corriendo a su casa a ver como estaba. Más pálida que de costumbre, me dijo que había vomitado y que sentía nauseas. No tardó en contarme que su periodo tenía un atraso de tres semanas. Aquellos cinco minutos de espera del test de embarazo tímidamente comprado en la farmacia de turno, han sido los más largos de mi vida. Tenso, me movía de un lado para otro, esperando que no fuera así, que todo fuera un mal entendido, que el próximo año iba a estar en Valpo, en la Universidad y no cambiando pañales ni calentando mamaderas, pero no fue así. La varita con orina, marcando positivo nos miraba burlona, triunfante desde el suelo, mientras nosotros nos fundimos en un abrazo, que mezclaba risa, llanto y miedo.

Las cosas iban a cambiar. Si bien nos queríamos mucho, y decidimos afrontar las consecuencias, muchos de nuestros planes para el año que venía iban a cambiar. Universidad, vivir juntos en Valpo, íbamos a tener que reacomodar todo, pero lo más difícil sin duda era afrontar a nuestros padres. Si bien su padre, por el hecho de no tener hijos varones me tenía un especial aprecio, no le iba a hacer gracia que yo hubiese embarazado a su “flaquita” como el le decía. Y los míos, me iban a colgar de las bolas, literalmente. Decidimos que ese fin de semana cada uno hablaría con su familia por separado, de manera personal, para luego abordar las cosas juntos y ver la forma de que ninguno postergara sus proyectos.

Ese día viernes me fui caminando al colegio. Necesitaba pensar bien lo que iba a decir, como lo iba a decir, o que explicaciones dar. Sabía que terminada la jornada, debía viajar a mi ciudad, a la casa de mis padres y enfrentar lo que había pasado. Estaba nervioso, caminaba rápido, distraído, la mente en otro lugar. Cuando llegué a clases vi que ella no había ido, que su silla estaba vacía. Pensé que tal vez estaba igual de asustada que yo en su casa, pensando que decirle a su papá. Cuando el timbre sonó, tome mis cuadernos y mis cosas y me fui corriendo a ver como estaba. Necesitaba darle un abrazo, apoyarla, hacerla sentir que en esto estábamos los dos, hasta morir. Toco el timbre, y nadie sale. Llamo por teléfono y nadie contesta. No se que hacer, me preocupo, algo le paso a la flaca, por algo no fue al colegio. Salto la reja y me doy la vuelta por atrás. La puerta de la cocina está abierta, y entro. La casa está silenciosa, me doy una vuelta observo, como de costumbre no hay nadie. Subo las escaleras hasta su pieza, tiene que estar ahí, tal vez dormida, o cansada, pero no. Cuando abro la puerta está sentada en la cama, seria, tiesa como un tronco. Sus grandes ojos negros parecen más duros que nunca, y me quedan mirando. ¿Qué onda guapa? Le pregunto tratando de entender la extraña situación, pero no me dice nada, me queda mirando, trata de hablar y no puede, no se que le pasa. Se para, toma un poco de agua, y sin detenerse, ni pensar me dispara directo, me dice que abortó, que el día anterior después que yo me largué, fue donde una vieja en el centro y abortó. Que no se va a cagar la vida por una guagua, que quiere estudiar, que chao con la wea. Así de fácil así de sencillo.

No se que hacer, siento que la pena me empieza a subir despacio, desde el estómago, por la garganta, hasta mi boca, y lentamente hasta mis ojos que estallan en un llanto amargo, en que las lágrimas calientes me queman los ojos, llenas de rabia como si fueran de fuego. Salgo corriendo, no la quiero ver, no quiero ver a nadie. Corro por la ciudad durante horas, hasta llegar a los potreros, donde bajo un árbol me quedo llorando, sufriendo de impotencia. La muy perra mato a mi hijo, a parte mía, sin preguntarme, sin consultarlo, sin nada. La mujer que yo quería, fue y botó lo que era de ambos. Esta puta de mierda, cuando yo tenía dieciocho años mató al que pudo ser mi primer hijo, mi primer vástago sobre esta tierra, el cual en este momento debe estar en un basurero, pudriéndose al igual que yo en este potrero. Lloro hasta que ya no puedo más, hasta que las lágrimas se niegan a salir, y finalmente en ese lugar me dormí.

Al otro día desperté ahí, sucio, lleno de tierra y con una pena que me carcome el alma. Me paro y comienzo a deshacer lo andado, a medida que camino, la pena se va transformando en rabia, y la rabia en odio. Sin darme cuenta estoy en la puerta de su casa, en la cual ya no toco el timbre, solamente entro, rápido subo las escaleras donde a esta hora de la mañana debe estar durmiendo. Abro la puerta de su pieza, y ahí está durmiendo placidamente. La contemplo por un rato, la cama donde tantas veces dormí, donde alguna vez le dije que la quería. En el pasillo hay una escoba, la tomo con fuerza y comienzo a golpearla, sin piedad. Se oyen gritos llanto, lamentos, pero yo no puedo parar, no me puedo detener hasta que veo salir sangre de su cabeza. Ella llora, me dice que pare, que la comprenda. Yo no puedo comprender. No puedo. Se queda tirada en la cama, gimiendo de dolor, mientras de un golpe le arranco mi polera que ocupa para dormir. Ahí están sus pechos blancos, teñidos ahora por la sangre que desciende. Sin pensarlo le doy un mordisco, denso, certero hasta que siento el sabor de la sangre en mi boca. Ella grita pero ya me da lo mismo. Ya nada importa.

De aquí en adelante los recuerdos son difusos. Molido por la pena, me la tuve que comer solo. No le dije nada a mis padres, no le dije nada a mis amigos, viví el duelo personal, día a día, entre el alcohol, los caños y la famosa prueba, en la cual afortunadamente y a pesar de todo me fue excelente, pudiendo estudiar lo que yo quería, cambiarme de ciudad. Conocí gente nueva, y de a poco comencé a dejar atrás la etapa escolar, y a disfrutar la universitaria.

Ella nunca volvió al colegio, nunca más la volví a ver. Tampoco me importa mucho. Solo sé que si alguna vez tiene hijos, si es que ya no los tuvo, va a tener que ver la cicatriz en su pecho, cada vez que los amamante, cada vez que un bebe muerda su pecho pidiendo leche, se va a acordar del hijo de ambos que ella no quiso tener.

Del amor al odio, un solo paso dicen las viejas. El mio fue un paso bien duro, uno que no me gustaría volver a caminar. Afortunadamente lo fui superando y hoy solo es un mal recuerdo, muy malo la verdad. A veces me baja la nostalgia, como ahora, yo creo por eso me gustan tanto los niños, por eso me caen tan bien.

Aquellos tristes recuerdos, los he ido borrando de a poco, porque me hacen mucho daño. A pesar de todo, hay una cosa que no puedo sacarme de la mente, y que cada cierto tiempo regresa, como exigiendo que voltee la mirada, que disponga mi mente para recordar que: Blanca si es mujer, Julián si es hombre…

domingo, 28 de junio de 2009

La Sangre del Tiempo




El perro más viejo trata de caminar pero le cuesta. Los años se le vinieron encima, ya no es el mismo de antes. Su paso cansado, y sus ojos sin tiempo, cada vez más profundos. Caminamos los dos, bajo la lluvia que se tomó el pueblo hace tres días, y no tiene ganas de ceder. Cojea de un lado, y el poco pelo que le queda está mustio y gastado. Casi arrastra la cola, y come poco. Apenas si toma agua. Bajamos por una calle llena de barro, y con olor a ropa podrida, donde unos viejos intentan en vano hacer fuego en un tarro, nos miran, no dicen nada.

Nos sentamos un rato en una vereda a mirar el agua, y mojarnos. El perro se olisquea, me mira, aburrido de vivir, aburrido de ser viejo. Se para, se sacude, se rasca. Se pone a mear, pero ni siquiera es capaz de levantar la pata. El perro mea sangre, y me mira con una cara de miedo y resignación, mientras la sangre gotea y se mezcla con la lluvia que cae. No puedo dejar de pensar en la cara con la que me miró ese pobre anima y de algún modo reconocerme en el, al recordar aquella vez que tuve mi pija con sangre…

Algunos inviernos atrás, estando yo en mi casa, llovía de manera endemoniada. Las calles se atoraban de agua que parecía caer con una rabia incontrolable. Parecía que el día ya había terminado, y estaba en mi cama acostado, cuando sonó el timbre. A pata pelada voy a abrir, y me encuentro con la joven que acompañaba mi vida en ese entonces, mojada entera, después de un agotador día de trabajo. La hago pasar, compartimos un mate, mientras ella se desviste y la ayudo a secarse. Al pasar mis manos sobre su mojado y delgado cuerpo, se nos empieza a pasar el frío y sin darnos cuenta terminamos en mi cama, con la ventana abierta escuchando la lluvia. El detalle es que al momento de penetrarla, la delgada y ardiente mozuela me dice que esta en sus días. Una situación lamentable, para ella más que para mí, ya que la que está caliente como el sol es ella. La joven no se rinde e insiste que la penetre por atrás. ¿Qué hacer? No la puedo dejar así, seria una maldad, menos con los ojos tristes con los que me mira, y su respiración entrecortada. Así que comienzo con la ardua tarea. Ella se mueve, al ritmo de la lluvia que no para de caer, y me sonríe contenta y satisfecha. Entre la oscuridad diviso sus pechos que se mueven en una danza hipnótica de pasión y lujuria. Va bien la cosa, y al terminar de coger, me da un abrazo, y se queda recostada sobre mi, haciéndome cariño. Pero la joven no está satisfecha, y me insiste que sigamos. Le digo que no podemos que está con su periodo, pero ella insiste y en un segundo está encima mío. No se que paso, yo creo que la calentura hace que uno haga cosas de las que después le duelen la guata, pero la cosa es que tiramos, y vaya que si tiramos, desenfrenados, mirando el agua por la ventana, mientras en la oscuridad yo pensaba en lo áspero que se puede sentir la sangre. Ella esta encima y se mueve, a penas diviso sus pechos ya, la muerdo, la aprieto, la tomo firme con mis manos de sus caderas que a pesar de ser delgada, parecen moldeadas por algún artesano renacentista, una belleza de mujer, una hembra ejemplar, que ahora grita, se mueve, no para, no para, acabamos juntos, gritamos juntos en la oscuridad, y quedamos tendidos.

Me da un beso en la frente y en la penumbra entra al baño. Siento correr el agua, mientras yo me quedo tendido en la cama. Siento la entrepierna húmeda, pero no quiero encender la luz. Me da risa pensar en como debe estar eso. Ella sale, y vuelve a la cama, mojada se tira al lado, sin decir nada. Me paro y camino al baño. Al encender la luz, el espectáculo es horroroso. Tengo no sola la pija llena de sangre, sino que las bolas, las piernas, y el liquido rojo viscoso chorrea hasta mis rodillas, todo lo anterior mezclado con un olor nauseabundo a mierda, sangre y semen. Al levantar la vista, veo mi cara en el espejo, y mis ojos tienen la misma mirada del perro bajo la lluvia, la misma cara de miedo y resignación, al ver gotear sangre de mi miembro. Me quedo parado, no me quiero mover, no puedo dejar de ver el espejo mi cara, la sangre, mi pelo mojado. En un costado del espejo algo no calza con el cuadro. Esta ella mirándome en silencio, seria, no mueve un músculo, como que no sabe que decir. La quedo mirando y de repente ella estalla en risa. No puede parar de reír, y me contagia. Terminamos los dos riéndonos de la extraña situación, mientras entro a la ducha. El agua caliente limpia todo, y cuando salgo ella me está esperando en la cama abrigadita.

El agua sigue cayendo del cielo, y con el perro estamos los dos mojados. Lo abrazo, me pasa la lengua por la cara. Un compañero solidario de muchas batallas, al cual la vida se le acaba. Empiezo a caminar, el perro a duras penas me sigue. De alguna forma, somos hermanos.

Este cuento está dedicado a sus protagonistas.

martes, 2 de junio de 2009

El Camino no es el Camino


Juan Moraga despertó a las 6:45 hoy, al igual que todos los días. Se levantó lentamente de su cama y se arrastró a la ducha, donde el frío chorro de agua que cayó sobre su añosa espalda lo terminó de despertar, y por alguna extraña razón lo trasportó en su mente a cuando era pequeño y miraba el sol en las tardes, mientras su mamá cocinaba pan en el viejo horno de barro del lugar donde creció. Se viste rápido, con la misma corbata todos los días, su camisa sin planchar y su desteñido traje. Se mira al espejo, y no le gusta lo que ve. A nadie le gustaría.

Sale a la calle, caminando por una ciudad oscura sin luz, mientras mira pasar a estudiantes, señoras y viejos al trabajo, y piensa que el es una pieza más en este montaje decadente, de transporte, trabajo, dinero y soledad. Lleva más de 20 años trabajando en el mismo lugar, con la misma gente, el mismo aire, la misma música día tras día. Al principio parecía un buen empleo, el trabajaba en un “banco” y eso ya lo hacia sentir importante frente a los demás, sobre todo ante la familia de su mujer, ahora ex mujer, la cual nunca lo aceptó del todo. Siempre lo miraron en menos, y las reuniones sociales en las que se topaban obligadamente, solo asistían por breves momentos, evidenciando la molestia de compartir con alguien como el. Un hijo de obrero, tirao a gente porque sacó cuarto medio, no, no, de ninguna forma para su hija.

Por algún tiempo las cosas funcionaron bien, vivían los dos en una casa que si bien era pequeña, era acogedora y en un buen barrio. Además de una variable que hasta el día de hoy escasea: Se querían un poco. No necesitaban mucho para vivir y a veces una caminata de la mano por el parque bastaba para completar el día. No tardaron en llegar los hijos, y las cosas parecían ir mejor. Ya no son dos, ahora son cuatro, y viven relativamente felices, o al menos eso tratan de creer, salen de compras, los niños a colegio pagado, el préstamo para cambiar el auto, aunque el viejo todavía duraba un par de años más.

Ni Juan o “Moraguita” como despectivamente lo llaman hoy en el trabajo, saben bien en que momento las cosas empezaron a cambiar. Las causas aparecen diversas, esparramadas por la mesa, sin lograr entender como lo que fue ya no es ni la sombra. Pudo ser en el momento en que su mujer cambió su empleo y se fue a trabajar a la empresa de un amigo de su padre, donde sin saber nada tuvo un buen puesto y empezó a ganar el doble que el. O el hecho de que en el banco, redujeran personal y entre verse en la vergüenza de quedar cesante, aceptara seguir, pero ya no en su puesto habitual, sino que prácticamente en un lugar inventado, donde los demás lo miran con lástima y se ríen a sus espaldas.

Llega al paradero, mira a todos lados, hace frío. Mete las manos a sus bolsillos, los mismo en que alguna vez hubo sueños y alegría, y ahora solo hay un paquete de cigarrillos y un par de chauchas. Saca uno, lo enciende mientras espera el bus. Un perro se acerca y lo olisquea, se va. Algo está distinto en la mañana, algo que lo hace empezar a caminar, en otra dirección, a mover las piernas un poco, a pensar, a reflexionar lo mismo una y otra vez, en como está en esto, y porque el color con que se mira el atardecer ya no es el mismo. El lo sabe. Se conversaba menos en la casa, sus hijos no lo tomaron más en cuenta, su señora llegaba del trabajo y se ponía a ver TV, muchas veces salía sin decir donde iba o a que hora regresaba. Dejaron de hacer lo que mejor hacían, que era tirar. Y bueno, todos sabemos que cuando a una mujer no le dan ganas de tirar, puede significar dos cosas: O se la está tirando otro, o se la están tirando varios más. Ya casi no lo miraba, cuando en la mañana encendía su 4x4 y se iba a trabajar, y pasaba a dejar sus hijos al colegio, mientras el se subía al auto que aún no terminaba de pagar, y que luego vendió porque nunca pudo juntar lo necesario. Se veía venir, era inevitable. Al día siguiente a la navidad, en la cual no recibió ningún regalo a pesar de haber sacrificado el poco dinero que tenía para comprarle un regalo digno a su mujer, ella le dice que la cosa ya no va más, que no se siente bien, que no es lo mismo, que quiere estar sola. Y el, que la amaba más que a su vida no supo que hacer, ni decir, y se quedó en silencio, mientras veía a su hijo menor acarrear una maleta, con las pocas pertenencias que tenia y tirarla a la entrada, juntos con unas cajas con fotos y discos viejos que ya nadie escuchaba.

Se fue a vivir solo, a una pieza oscura y fría, donde no conversaba con nadie, y su solitaria vida cada día que pasa se torna más miserable. Donde la decadencia lo abraza desde que se levanta, y en ocasiones duerme con el, en un lugar donde los días pasan y las noches caen como espejos quebrados del cielo, donde lo único grato que le queda, es masturbarse viendo unas películas porno viejas que su hijo dejó olvidadas. Su ropa huele mal, su vida huele mal. Tuvo un canario que escapó, aburrido de que nadie escuchara su canto. Hace meses que no sonríe, hace meses que no le pasa algo grato, y así mismo va hoy caminando, entumido de frío por calles que le parecen conocidas y otras no tanto. El maletín se cae de sus manos torpes por la mañana, lo recoge aunque daría lo mismo, lo usa para mimetizarse con el resto, para andar con algo en la mano cuando llega a la oficina a ordenar papeles. Sigue caminando, lentamente pero a paso firme. Del cielo comienza a bajar la neblina, helada, como un reflejo de su alma que se posa sobre la ciudad esta mañana. Camina, dobla en una esquina y se para al frente de una casa, con un amplio jardín de entrada. Todo luce bien, el pasto perfectamente cortado, las flores hermosas, un perro flojea en una esquina. Se queda mirando aquella escena, contemplando lo que alguna vez tuvo, los que alguna vez fueron sus dominios, en un reino devastado por la miseria y la angustia. Mira más allá, a través de la ventana, en la mesa principal esta la familia perfecta, sus dos hijos sentado beben leche, y su mujer con el que alguna vez fue solo un “compañero de trabajo” ríen y bromean en la mesa, conversan alegremente, mientras del techo sale el humo de la chimenea que el con sus propias manos construyó para que sus niños no pasaran frío un par de inviernos atrás. Se queda mirando la escena, petrificado, pudriéndose por dentro, no atina a mucho, solo a meter la mano al bolsillo. Los habitantes de la casa lo ven, afuera, solo, mirando por la ventana, se quedan serios. No saben que hacer. No hay que hacer nada. Sus miradas se quedan clavadas en su bolsillo, y ahora en el revolver que pone en su boca, en esta fría mañana con niebla, mientras Juan los mira, con sus ojos llenos de lágrimas y rabia, y jala el gatillo, sin cerrarlos, al mismo tiempo que cae pesadamente en el camino, que hace años atrás, recorría con sus hijos de la mano, enseñándoles a caminar.


A vivir sin prisa, a querer, a reir, a crear, a vivir

este cuento es para mis amigos, que me enseñaron lo que escribí en la linea anterior.


lunes, 11 de mayo de 2009

Soñé que estabas justo sobre mi


Abrir los ojos, ardor, me duele el estómago, gatear al baño. De pronto me veo con mis dos manos, firmes, aferrado con fuerza al baño, vomitando, mal. Duele, los ojos me lloran con el esfuerzo, y el vómito que brota, como un caudal, liberador, una explosión matutina de sangre y alcohol. Hace un calor de mierda hoy y me quedo tirado en el piso unos diez minutos, me duele hasta pensar. Miro el techo y la luz que entra por la ventana, me miro y me veo flaco, podrido. Apenas me levanto, siento que la cabeza se me a va reventar, como un globo y va a salir volando. Voy hacia mi cama, apenitas casi arrastrándome y veo el bulto. Tirada, una delgada mujer desnuda duerme. Que mierda, ¿quien es? Mal… estuvo desordenada la cosa al parecer, no me acuerdo de nada. Me quedo ahí parado, y no se que hacer ¿la despierto? ¿le hago desayuno? ¿le pago? No puedo estar ahí en calzoncillos todo el día, así que me acerco para hacer algo, cuando se gira un poco y veo su cara… No no no no… esto está mal, muy mal… Ahí en mi cama, sin ropa, está la hermana menor de mi mejor amigo. Y no la hermana menor que tiene dos años menos que yo y es tan simpática, no, no, acá en mi cama sin ropa esta la hermana chica de mi mejor amigo, que este año entró a la Uni, y se vino a vivir a Valpo, solita la niña, y que la tía me decía: “Varo, cuando pueda vaya a ver a la Fran, que va a estar sola este año allá” y la pendeja me miraba y me cerraba un ojo.

Al mirar mi pieza, comienzo a armar un poco el panorama, aunque en honor a la verdad no me acuerdo de nada, tengo un vacío mental desesperante, de cómo llegué a la situación. Condones tirados, botellas vacías, ropa mía, de ella, un cuadro hermoso. Miro la cama, y ahí está. Es linda, carita de niña, pero la figura de una diosa, duerme placidamente, y yo acá, sentado en el suelo, sin saber muy bien que hacer. Si este weón se entera, me corta los cocos, es su hermanita. Pero harto buena que está la niñita y al parecer, no tan niña, ni tan tierna como en su casa creen. El sol y el calor la despiertan, abre los ojos despacio y se ríe. Mira alrededor y me saluda, moviendo la mano.

- Hola varo, ¿dormiste bien? Jajajaja

- Fran, que mierda estai haciendo acá…

- Linda tu pieza, me gustó… y tu cama…

- ¡Fran ya po!

Se para de la cama, y así sin nada empieza a recorrer la pieza, mirando cada cosa, curioseando, y moviendo el cuerpo de manera tan sensual, que simplemente me quedo mirándola, bebiendo un poco de agua mineral que está en una botella tibia botada en el piso. Camina, me mira, se ríe, revuelve mis libros, miras fotos en la pared, mis películas. Saca una, la pone, se amarra el pelo, toma mi cámara y comienza a tomarme fotos. Se toma fotos ella, me pasa la cámara a mí, le tomo una foto y su torso desnudo plasmado en blanco y negro queda en la pantalla. Se sienta al lado mío, toma agua, me da un beso. Me pongo a reír, no entiendo mucho, me duele todo, todo se revuelve. La veo ahí al lado mío mirando mis revistas, y es la misma niña que conocí hace años, la que jugaba a las muñecas, mientras nosotros tomábamos chelas en el patio. La misma que iba con nosotros de vacaciones, cuando nos movíamos a la playa, los veranos, con su familia y yo al medio. La que en ese mismo verano se las ingeniaba para entrar a mi pieza cuando me estaba cambiando ropa, y me miraba, y me levantaba las cejas, y yo ahí me hacía el weon, si era una niñita. La que en la noche se levantaba a comer algo a la cocina en bikini, sabiendo que yo estaba ahí leyendo y tomando café, y se hacia un pan, y se lo comía ahí, mientras me preguntaba cualquier tontera para poder acercarse y saber que estaba leyendo y para que yo me viera forzado a mirar sus pechos. Ya no era tan niña, ya no es tan niña. Y está aquí, al lado mío y quizás que hicimos la noche anterior, solo recuerdos vagos imágenes cruzadas, dolor de cabeza. La Fran es inquieta, apenas un rato sentada y ya está de pie otra vez, ahora va hacia mi ropa, saca una camisa, se la pone. Apaga la tele, y pone música. Revuelve mis discos, no le gustan, los deja tirados. Prende mi compu, y pone a Spinetta. Me tiro a la cama, me relajo, el sol empieza a bajar, y la Fran se acuesta al lado. A medida que el disco avanza, me da una sensación extraña, las canciones, algo tienen… las canciones son las que estábamos escuchando anoche, esa guitarra melancólica sonó antes… Comienzan a llegar imágenes a la cabeza, entre el dolor, la calle, las luces, estoy en Valpo, en un local, y ahí está la Fran que me ve, y corre a saludarme, y deja a sus amigas tiradas, y tomamos, tomamos mil, nos cambiamos de local y seguimos tomando y la hora pasa, y no me puedo mover muy bien, me cuesta caminar, y ella me toma y me da la mano, y salimos al frío de la noche a caminar los dos ebrios por la ciudad, tomados de la mano, paseando por la noche. Me subo a su auto, me da la mano mientras maneja, los postes pasan, los árboles pasan, la gente queda atrás, subimos por el cerro, veo mi casa. Llegamos, me toma y me da un beso, largo y rico, de esos besos que llegan a ser dulces, pero mezclado con Tom Collins y una botella de vodka que estaba en mi cocina. Nos desvestimos mientras avanzamos y llegamos a la cama, sin parar de beber sin parar de besarnos, sin parar. Se cuela en mi cabeza la imagen de tu cuerpo, perfecto, firme, con tus dos pechos de miel mirándome amenazantes y el pelo suelto que hace un esfuerzo vano por tratar de cubrirlos, la botella que cae vacía bajo la cama. Te tomo firme, soñé que estabas justo sobre mí una vez. Me miras, me sacas la lengua, jadeas, te quejas, te mueves, mientras tomo tu cintura y te muerdo, mis manos recorren tu atlético cuerpo, como si se fuera a acabar el mundo, como si la niñez que alguna vez vi, estuviera tratando de huir, para dar paso a la lujuria de dos amantes contenidos. Te estiras y tomas tu pequeño bolso, sacas un papel, y me cierras un ojo. Falopa… pendeja de mierda, y que puedo hacer, ya no hay vuelta atrás, ya estoy dentro tuyo y comienzas a jalar, sin parar de moverte y sin dejar de mirarme tomas un poco y lo pones en mi nariz, que de manera casi inconciente jala con fuerza y cierro los ojos y te veo ahí, tan niña y tan puta sobre mi, y la luz de la noche que pasa por la ventana, y el olor al mar y a bencina, y las bocinas de los barcos que se mezclan con nuestros gritos, en la noche, en esta rara noche en que estas en mi cama y eres solo para mi. Los gritos, mis manos, tu cuerpo, la vida…

Mientras nos duchamos juntos pienso que hacer, o que decir. No creo que haya estado bien, pero mal tampoco. Son cosas que pasan, que a veces suceden ¿o no? O sea, los amigos tiran todo el tiempo, me consuelo mientras veo el agua que se desliza por su espalda, llena de mordiscos. Me visto y me tiro en la cama a mirarla. Ella se termina de secar el pelo y se hace un moño.

- Fran ¿que onda esto? No se que decir o pensar…

- Relájate Varo, aquí no hay amor, cariño, afecto, ternura, o algún tipo de relación o vínculo. Esto es netamente sexo…

Me da un beso, me dice adiós lindo, y se va y me quedo en la cama tirado, solo... Mejor pongo un disco de Spinetta…

viernes, 10 de abril de 2009

Volando Bajo




Corrían de la mano, cansados, apenas ya podían moverse, pero no soltaban sus manos. Los ojos rojos de tanto llorar, los pies reventados de tanto huir, de tanto correr. Los lobos los mordisquearon allá en el puente, desgarraron sus ropas, pero nada importó, ellos seguían corriendo. Se conocieron una tarde de lluvia, en que el agua que fue cayendo del cielo los fue juntando de a poco, guiándolos por callejuelas oscuras hasta llegar al mar, donde se encontraron y se miraron a los ojos en un abrazo eterno. Y así vieron la vida, uno en los ojos del otro infinitamente, hasta reconocerse ellos mismos y tener la convicción de permanecer unidos. Nunca más se separaron, decidieron recorrer el mundo juntos y aprender, aprender uno del otro formando una entidad indisoluble. Estuvieron en las montañas, donde el viento y el frió despeinó los cabellos de ella, mientras el le abrigaba las manos, y las estrellas bajaban a alumbrar sus cabezas. Fueron al desierto, donde la arena se colaba entre los dedos de el, mientras ella alegraba el espacio con su risa, que alumbrada por el sol se veía como un ángel plateado. Vagaron por el mar, nadando con los peces y bajaron hasta el fondo, a dar las gracias al agua por haberlos encontrado. Corrieron por los campos, cortando flores y conversando con los animales, que se juntaban en las noches frente al fuego a escuchar sus historias, y mirar los ojos de ella que brillaban con la luna. Un día algo cambió, un día aparecieron los lobos. Gigantes, negros, oscuros, comenzaron a perseguirlos y darles caza. Ellos huyeron, riendo como siempre lo hacían, pensado que esas bestias jamás podrían alcanzarlos a ellos, que juntos de la mano cruzaban el cielo. Pero los días pasaron y los lobos no se iban, seguían corriendo, asechando, mordisqueándoles las piernas y la manos, y ellos huían, cansados, con los ojos rojos de tanto llorar, apenas moviéndose. Al fondo, un risco, y más allá la nada, el vacío. Llegaron a la orilla y se miraron, tratando de verse uno en los ojos del otro, pero ya no podían, los lobos se acercaban, oían sus gritos, olían sus garras en el aire. El la miró, y al ver su pelo moverse al viento recordó, recordó que años atrás ella, un día de sol, le había enseñado a volar. No era difícil, ese día ella le había tomado la mano, había sonreído y saltaron, juntos de la mano, y se fueron volando y mirando las olas que abajo los saludaban. El pensó que ahora podían hacer lo mismo, así que le dio la mano y le sonrió. Pero ella no pudo sonreír esta vez, y con los ojos rojos de tanto llorar le dio un beso en la frente y le dijo que no podía seguir huyendo, que su cuerpo no podía seguir, que esta vez no podían volar. El no supo que hacer, nunca había volado solo, siempre saltaban los dos, juntos de la mano, pero ella no puede seguir, sus piernas se doblan, y cae al suelo, mientras los lobos se acercan, se oyen sus gritos, sus garras en el aire, los van a alcanzar. El trata de levantarla, de tomarla en sus brazos y volar, pero ella no puede, sus piernas se doblan y los lobos, los lobos se acercan, se oyen sus gritos, casi los muerden. El la mira con sus ojos, que están rojos de tanto llorar, y la abraza. Ella le dice que salte, que podrá volar y huir de los lobos, que ya casi pueden morderlos, y el no quiere, no quiere dejarla, no quiere volar solo. Pero los lobos ya están ahí, y el salta, salta al vacío con los brazos abiertos y los ojos cerrados, mientras cree volar, pero cae. Cae al vacío, y su cuerpo sin vida se funde con las rocas del fondo. Arriba, unos lobos se acuestan al lado de una niña, a consolarla, a llorar con ella, mientras el sol sale en el horizonte iluminando sus dorados pelajes.

lunes, 23 de marzo de 2009

Inmadura Emoción de la Vida


Hoy vino a comer una amiga de la Mila, la Cata. Es bien rara la Cata, Catita y todos los derivados idiotas posibles que se les puedan ocurrir. Es simpática, pero rara. Siempre viene a la casa, es algo así como la súper yunta o amiga de la Mila, se conocen de que eran pendex y van juntas a yoga y esas cosas tan interesantes que ellas hacen. Resulta que esta mina es guapa, tiene buen cuero, es simpaticona, linda, etc. Pero tiene un problema. La imposibilidad de tener una relación estable, o sea “estable” algo que dure más de un par de meses. No puede, algo pasa, caga. Por esa razón y por todo el tiempo que la conocemos, es que han desfilado por nuestro departamento toda clase de amigos con cover, pololos, novios y una larga lista de etc. La cosa funciona más o menos así: La Cata conoce a algún tipo, ya sea por amigos en común, compañeros, incluso hasta por Internet (hay de todo en el supermercado del señor), y comienzan a salir, a tirar, y todas las cosas entretes que hace uno cuando empieza una relación. La cosa es que a los poquitos días esta mina les dice a los pobres incautos que está enamorada, que los quiere mucho, que los ama, que nunca se había sentido así, que nunca había sido tan feliz, los lleva a la casa a conocer sus papis, los invita un finde a la playa y cosas por el estilo… Entonces los pobres tipos caen, y como la niña es linda y simpática, puta cuesta ponerse difícil, y ahí es donde está el error. Porque la fantasía de amor adolescente dura solo un par de meses y los manda a volar, quedando ellos con el corazón hecho bolsa, pensando en las promesas de amor eterno, los nombres de las guaguas y toda la parafernalia a los que los había acostumbrado en los días venideros, y ella, ya tiene novio nuevo, y está feliz y enamorada otra vez, y lo presenta y lo lleva a conocer sus amigos y aquí… aquí seguimos, pues en ese contexto apareció hoy, tocado el timbre, con el joven de turno.

Justo me tocó abrir la puerta mientras la Mila preparaba algo en la cocina, y ahí la veo, con su sonrisa perfecta, de comercial de Pepsodent que se me tira encima con sus acostumbrados abrazos y besos (es muy cariñosa la niña en cuestión) y me presenta a su “novio”. No me gusta ser prejuicioso en la vida, pero en este caso es inevitable. El joven llega con esa parada de artista conceptual-fotógrafo-músico-arquitecto-urbanista-vegetariano-ecologista al peo-izquierdista y se presenta de los más campal, con su ropa comprada en artesanía y sus pelos trenzados, pero que va a la Uni en el auto del papito. Una mierda en resumidas cuentas, pero los hago pasar y nos sentamos mientras la Mila grita desde la cocina que ya casi están los tacos, lo que me da tiempo de conversar con ellos. La Cata se le tira encima, lo abraza, lo aprieta, le hace cariño en el pelo y todas las cosas que a cualquier persona harían suponer que son las personas más enamoradas del mundo, pero no. Nosotros sabemos que la cosa no es así, que en unos meses más no lo querrá ver, no contestará sus llamadas, no responderá sus mails, le dará todo el ataque y vendrá donde nosotros a decir que ya no es lo mismo, que no se siente bien, que quiere estar sola, y nosotros la miraremos y le diremos que es lo mejor, que a veces hace bien estar solo, pero nosotros sabemos, sabemos que no es así y que luego de eso, a los poquitos días entrará otra vez por la puerta, con el joven de turno y se volverá a repetir el ciclo que a esta altura me tiene un poco mareado, ya que a veces resulta complejo memorizar nombres y ser simpático y amable con gente que tal vez nunca más veamos y que en este momento está sentado en mi mesa. La Mila me toma la mano, y me hace un taco grandote, al parecer adivinó lo que estaba pensando y me quiso distraer con comida. El tipo se pone a hablar de los derechos de los trabajadores y el proletariado, cuando es cosa de ver y adivinar que no le ha trabajado un día a nadie en toda su vida. La Cata lo mira y asiente, orgullosa de lo revolution que es su nuevo novio. La Mila lo mira y sonríe, no dice nada. Luego de comer y de unas copas de vino, la pareja del momento se retira, no sin antes pedirnos que salgamos los cuatro, que podríamos ir un finde a acampar y un montón de cosas que nosotros sabemos que no ocurrirán, pero de todas formas decimos que bueno. Se van al fin y quedamos los dos, mientras lavo y ordeno la cocina la Mila me dice:

- Oye Varo, mirabas mucho a la Cata hoy, ¿que te pareció el nuevo?

- Mmm… no se. Chanta, fome, fin. Me gustaba más el anterior.

- Si, el antiguo era más simpático, se notaba que era buena persona, además de muy inteligente. Este no, era como por defecto, artistoide, fome.

- Jajaja, Mila, da lo mismo. Lo va a patear en unos meses.

- Si, así es. Oye ¿comamos algo rico?

- Mila acabamos de comer tacos, ¿quedaste con hambre?

- Nooo, quería que comiéramos algo rico, dulcecito, los dos…

- Puede ser, algo si como ¿frutas con crema?

- Si algo así, pero pensaba también en cannabis dulce.

- Frutas y cannabis… ¿vale fumar en una manzana?

- Si Varo, si vale. Pero con una condición: Acostaditos y viendo pelis.

- Como usted diga mi dama cósmica, como usted diga…

viernes, 13 de marzo de 2009

Llueve en mi Departamento



Cuando la Mila entró el agua ya se había apoderado de todo, y yo estaba arriba de una mesa con la mirada perdida viendo como todo flotaba, en el charco negro que se había convertido el piso, y en el agua que ya superaba el metro y medio, dentro del pequeño living de nuestro hogar.

Todo comenzó temprano, cuando me levanté y vi que unas pequeñas nubecillas se formaban en el techo de la cocina, lentamente, como motitas de algodón de blanco vapor, me miraban despectivas. No le di mucha importancia y seguí con mis quehaceres. Un par de horas después las motitas eran más grandes y no tan blancas, y comenzaron a desplazarse hacia el comedor, mientras almorzaba y leía el diario. De a poco se posicionaron y su color negro opacó el delicado color de mi pie de limón. Las primeras gotitas se dejaron caer casi de manera imperceptible, moviendo despacio el café que estaba servido y humedeciendo el papel de las hojas y la tinta del periódico. Me puse de pie, sin hacerme mala sangre y me senté en el sofá, no había para que pelear con las nubecillas, pero fue peor. Ese gesto de mi parte fue tomado como una afrenta, ya que de inmediato comenzaron a caer gotas más gruesas y la nube comenzó a expandirse y a crecer hasta cubrir la totalidad de la habitación. En es momento me di cuenta de que la cosa iba en serio, más aun cuando comenzaron los relámpagos, intensas descargas eléctricas que arruinaron mi televisor de un golpe y rebotaban en el suelo y se movían por el piso. Los truenos retumban en las paredes, botando el cuadro que alguna vez pintamos. El papel de las paredes empieza a ceder, el gato huye por la ventana. Esto se transformó en un pequeño diluvio y no hay quien lo pare. El agua comienza a subir, y mis papeles y tus fotos flotaban en el agua, una camisa vieja, una carta que nunca envié, se mezclan con mis discos y tus flores. Me subo a la mesa, y me siento a contemplar la catástrofe mientras el agua no para de caer y de alguna forma me purifica, me limpia, sentado con las piernas cruzadas en la mesa que comemos todos los días, en la misma que brindamos, en la misma que follamos las veces que nos dio la gana, cuando estabas aquí. El agua sube, estoy empapado, muerto de frió, levanto las manos y abro la boca, para recibir la lluvia que cae, la lluvia que cae aquí mismo, aquí en mi departamento, y sonrió, mojado, feliz.

En eso suena la puerta y entras. Me miras y te ríes al verme sentado y mojado encima de la mesa. Abres un poco más la puerta y botas el agua. Te paras al lado de la nube y la acaricias, le dices que ya esta bien y que tengo frió. La nube la envuelve con su blanco color, como un abrazo infinito y se va, por la puerta. Quedamos los dos mirándonos, mojados, empapados en el desastre que es ahora nuestra casa. Te sientas a mi lado en la mesa, te sacas los zapatos y me abrazas. Miramos por la ventana y al fondo esta el sol, mirando la ciudad, y al lado una nube que empieza a opacarlo. Parece que mañana lloverá.

Este cuento es pa ti.

domingo, 8 de febrero de 2009

Dormir Bajo la Cama del Diablo




- Buenas Tardes, ¿podemos hablar con usted sobre la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos días?

Ni en la peor pesadilla surrealista, imagine empezar el día con esas palabras. Es una mierda despertar así, pero peor aun es escuchar esa triste frase al abrir la puerta. Al girar la manilla veo a dos gringos desabridos, con cara de hacer amigos y recién bañados en mi puerta, con una Biblia bajo el brazo, y una mineral sin gas. Ambos están vestidos iguales, con los zapatos lustrados, peinados, con sus dientes blancos, que contrastan de manera abismante con mi persona recién salida de una pegoteada cama, hediondo, con el pelo asqueroso, y en calzoncillos. Lo primero que se me viene a la mente es el porque están acá, que vienen a hacer desde tan lejos a interferir en nuestras monótonas y pasivas vidas. ¿Que habrán dejado allá? ¿Sus papas los extrañaran? ¿Será una especie de castigo venir a hablar huevadas a un país como el de nosotros? ¿Habrán dejado a alguna gringa gorda y espinillenta llorisqueando a moco tendido por ellos? ¿Se la habrán tirado el día antes de venirse, diciéndole que por ese día, solo por ese día y en esas circunstancias no era pecado?

Que mierda estos tipejos, me hacen levantarme de la cama y ¿que mierda quieren que les conteste? No se me ocurre nada mejor que hacerlos pasar, casi como una venganza por interrumpir mi sueño, porque al verlos entrar sentí que ya querían irse, salir de ahí, moverse, al ver las botellas tiradas, y el olor a caños impregnado en las paredes, en el suelo y desde ahora en ellos mismos, casi invisiblemente manchando sus blancas camisas. Pero ya cagaron, ellos pidieron entrar y lo consiguieron, así que no hay derecho a reclamo. Los acomodo en un sillón y me siento a observarlos. Tan incómodos, miran la caga que hay en mi casa, y no saben que decir, observan, miran, pobres huevones, yo creo que primera casa que les toca así. Uno, el que al parecer las hace de líder, se larga a hablar, imparable. Se saben el discurso de memoria, repite una serie de cosas que no entiendo, y me empiezo a confundir. Así que lo mejor que puedo hacer es dejarlo en “mute” un rato, y mientras veo solo gesticular y mover los brazos, me detengo en el otro, a observarlo. Es más cabro, debe tener unos 20 años y no deja de mirar el poco de hierba que está encima de la mesa. Me mira y baja la vista, avergonzado, como un niño que se ha portado mal, o que se saco malas notas y debe enfrentar a sus padres. Me da pena, no mucha, pero me da. Veinte años y anda dando la hora a las 4 de la tarde, día domingo, no hay salud. Algo tiene el gringuito, algo que hace que me recuerde a mi mismo a esa edad, cagao de susto, sin saber donde tirar, sin saber donde ir, sin saber pa donde va a micro.

- ¿Ha escuchado hablar de la tribu de Nefi?

-

- ¿?

- No…

El gringo mas grande de alguna forma tomó el imaginario control remoto, se dio volumen e interrumpió mi reflexión. Lo miro sin saber que quiere escuchar. Cuantas veces habrá preguntado lo mismo, en distintas casas, barrios, horas, sillones, y gringuitos de compañía diferentes. La rutina, su rutina y yo sentado en calzoncillos

mirando sus biblias y el gringo mas chico que no para de mirar la mesa y los restos de juerga. Esta como penitente, culpable. De alguna forma quiero hacerlos sentir mejor, mostrarles que no toda la gente es tan penca, alegrarles un poco la tarde, sacarlos de contexto.

- ¿Almorzaron? – Los interrumpo- ¿si o no? Porque yo no y tengo hambre… harta.

Sin esperar su respuesta me voy a la cocina, y saco unas cervezas del refrigerador. De un cajón, unos panes amasados que mi mama religiosamente manda aun, los primeros días del mes, y unas paltas. Como una forma de sentir que aun dependo de ella, aunque ya son años en que no es así, me manda comida y diez lucas todos los meses, huevas de vieja, huevas de mama. Llevo todo a la mesa y lo dejo, como una seudo ofrenda, al lado del paquete de caños. Le paso una cerveza a cada gringo y los miro fijo.

El gringo más viejo, mira con recelo. No sabe si lo estoy hueveando o de verdad quiero ser amable con ellos. El chico ya destapo la lata, y toma un sorbo tan largo, que llega a parecer obsceno y se ríe el huevon. El gringo grande al parecer todavía no se decide, y hace calor, mucho calor, un calor de mierda que en esta fecha se cuela por las paredes, por la ventana, se pegotea en la ropa y no deja pensar muy bien. El chico, se mete la mano al bolsillo y me ofrece un Lucky Strike, - americanos, le digo – asiente satisfecho, sin parar de beber la cerveza. El gringo más viejo trata de seguir con la lectura de la Biblia, pero en su interior sabe que ya no hay caso, que no hay vuelta atrás, menos cuando el gringo chico me pide otra lata, y mira con una sonrisa los pequeños papeles que están tirados por la mesa. A buen entendedor, pocas palabras. Un loco conoce a otro loco, y no lo iba a dejar mirando. Lentamente tomo el resto de macoña que queda en el paquete y lo deposito en el pequeño barquito formado por el papelillo, y comienzo a rolar con mis dedos. El gringo grande me mira, y atina a pararse, no le gustó, se quiere ir, pero el chico lo mira y comienza a hablarle más golpeado. De un momento a otro el está al mando, ahora el tiene el control de la situación y comienzan a discutir en ingles, patalean, mueven los brazos. En resumidas cuentas le dice que está chato de andar hueveando todos los días por las casas, que no salen nunca, que pasan todo el día en la iglesia, que no hacen nada, que nunca se divierten, etc. El grande calla, y en ese silencio consiente todo lo demás que pueda pasar. Sabe que tiene razón, que su vida es una monotonía aburrida, que lo pasan mal, que a veces tienen hambre, que están lejos de la casa. No lo dice, pero lo puedo ver en su mirada. Al final, de malas ganas toma un pan con palta y en la gratitud de su tibia sonrisa, veo que la resignación lo domina, al menos por este momento. La cerveza está sobre la biblia, y el pitillo circula, los gringos inhalan, yo inhalo y los miro, contentos relajados en mi sofá. Parecen niños, lejos de casa, encontraron al fin un poco de paz en casa de un extraño. Estamos volados, sentados hablando sobre el clima, o sobre cualquier imbecilidad. El gringo grande me dice que le gusta una de las niñas que va a la iglesia, que se la piensa tirar antes que termine la misión, que no piensa volver a su país sin haberse comido un par de minitas de acá. El gringo chico se para y va hacia mis discos, los intrusea un rato, los mira, trata de encontrar algo familiar. Pone el Umplugged de Alice in Chains, y Nutshell llena el espacio, mezclándose con el humo y el sol de la tarde, mientras bebemos las últimas cervezas.

En ese momento entra la Mila, que estaba durmiendo en mi pieza, y debió despertar con el ruido y la música. Totalmente desnuda, con el cuerpo de una mujer de 23 años, que hace yoga y danza los cinco días de la semana. Cruza la habitación tomando jugo de naranja, se sienta al lado mío, me saca el pito de los labios, fuma, y luego me da un beso y me sonríe, con esa sonrisa perfecta que siempre me caga y a la que no le pudo decir que no. Luego se para, mira a los gringos que están embobados, un par de adolecentes mirando su figura, que atrae como un globo brillante, y no dice nada, y se va a la pieza de nuevo, moviendo el cuerpo, con la gracia de una niña. Los gringos no saben que decir, yo creo que este fue su mejor día en esta mierda de ciudad desde que llegaron. Toman sus cosas, me dan la mano, las gracias y se van. Cuando el gringo chico va en a puerta, se devuelve, toma su Biblia y me la regala. Por alguna razón bajo la vista, y la recibo. Luego de eso lo vi bajar las escaleras y perderse, perderse en la calle y en la tarde.

Vuelvo a mi pieza, y ahí esta la Mila leyendo unas revistas antiguas, con fotos en blanco y negro de vestidos viejos, feos y acartonados. Levanta la cabeza y me dice

- Ven, quiero cariños…

La vida puede ser como el pico algunos días.


A los que están siempre, mis padres, mis hermanos, mis amigos, y mis discos.

martes, 27 de enero de 2009

Sol de Medianoche




Todas las tardes al volver, me miraba los pies. Largos, flacos, llenos de arena pegoteada, y agua que comenzaba a secarse, junto con la sal que comenzaba a arder. Una visión tal vez simple, del que según un amigo me dijo "el mejor trabajo del mundo" y vaya que lo fue. Llegar a la defensiva, cerrado, distante, y volver con las tripas afuera, con el corazón en las manos. Una semana despersonalizado, una semana sin ser yo, una semana sacado de la cotidianeidad de mi vida e insertado en otra, como arrendar una vida, para poder matar a la antigua. Claro que acá no la arrendamos, sino que simplemente la donamos a la causa y la dejamos a su suerte, para ver que pasaba, para ver que nos pasaba. Descolocados, despersonalizados. Pasar a ser en media hora padre, madre, hermano, tío, docente y todo cualquier apelativo necesario de un puñado de desconocidos que miraban con cara de necesitar un abrazo. Con los días esa necesidad se me paso a mi, necesitaba abrazar y que me abrazaban, por eso apretaba a la feña y a la cote. Por eso corría por un abrazo o un apretón de manos.
Volver a levantarse temprano y acostarse tarde, volver a despertar con sueño, volver. Volver a comer lo que te daban, a escuchar lo que ponían, a hacer lo que ellos pedían, pero con una sonrisa. Volver a nadar, a sentir el cuerpo adolorido al acostarme, tenso en cada uno de sus músculos, y despertar con el mismo dolor en la mañana. Bailar, cantar, actuar, crear, saltar correr, caer. Ser otro, por una semana, ser como realmente somos, sacar lo que estaba tapado y en ocasiones enterrado, y entregarlo, de la mejor forma posible.
El cuestionamiento, el pensar todas las noches, la entrega de afectos. El afecto en si mismo, pensar y pensar, las veces que hemos querido tanto, entregado tanto, y no recibimos nada. Y llega una manada de pequeños engendros que sin conocerte y sin haberte visto jamás en sus cortas y accidentadas vidas, te entregan su amor y cariño, así, sin condición, sin esperar nada, sin querer nada, solo un poco de atención.
Una vez escuche que la alegría era una droga, y hoy me doy cuenta que el comentario era certero. No me explico de otra forma el dormir 6 horas diarias y levantarse y hacer actividad física durante 7 días seguidos. Y si vemos la alegría como droga, ahora estoy con síndrome de abstinencia en mala. Me dio una angustia terrible. Quiero volver, quiero irme a los molles de nuevo, quiero irme ahora a dormir mal y jugar y reír todo el día, volver a ser niño por una semana, otra vez. Darme cuenta de que es lo realmente importante, a quien debo dedicarle atención, a quien debo entregarle mi tiempo. Descubrir que ser feliz no cuesta nada, que ser feliz es gratis y tan fácil como compartir un mate y un galletón de avena, mirando las estrellas. Que mis amigos valen más que todo el oro del mundo, que caminar me hace bien, y que el amor es lo único que crece cuando se comparte. Que me gusta saborear mis labios salados y secos al volver de la playa, que me gusta manguerearme en el patio, que me gusta caminar y correr, que la peor comida del mundo, con hambre es el mejor de los manjares, que inconcientemente ya estoy haciendo el bolso, para volver...

A mis niños queridos.

jueves, 1 de enero de 2009

El Pibe



Un niño alza la cabeza y mira. Mira por su ventana y ve a dos niños que golpean a otro niño que está en el suelo. Lo patean, lo escupen, y le quitan el poco dinero que traía. El niño se pone de pie, y entre sollozos y llanto se va a su casa. El niño mira la escena desde su ventana y piensa que el puede hacer lo mismo, que no es una mala idea. Así el niño sale a la calle a buscar otros dos niños, uno para golpear y escupir, y otro para que lo acompañe. El niño camina y mira las nubes, al parecer lloverá. El niño tiene pecas y el pelo sucio, su madre no lo asea mucho. El niño siente frió, y al llegar al mar se da cuenta que va descalzo y que sus pecas están azuladas por lo bajo de la temperatura. En el agua hay otro niño con pantuflas, y el niño se las quita, y le dice si lo acompaña a golpear otro niño y conseguir dinero para comer. El niño acepta y ambos niños caminan por la calle buscando el niño que falta. Así llegan al campo, donde un niño cuida sus vacas. Al ver llegar los dos niños, se para y les pregunta si toman leche. El niño responde que si, y bebe dos vasos. La vaca no toma y solo los mira mientras mastica alfalfa. El niño piensa que el campo es un buen lugar y descansa. Los otros niños lo ven acostado, solo y lo golpean, lo patean y escupen y le quitan su dinero y sus pantuflas. El niño se para y llorando pregunta a la vaca como regresar a su casa. La vaca que mastica alfalfa, y no toma leche, tampoco responde. El niño comienza a caminar, mientras trata de recordar el camino a casa. Una calle se le hace conocida y comienza a moverse, mientras del cielo hace su aparición la lluvia. El niño llega a su casa con otro niño que encontró en el camino, está golpeado y con olor a leche.

Su madre lo mira, lo toma y lo baña en patio, con una manguera rociando agua que cae por sus cabellos, mientras el otro niño mira y aburrido decide irse. El niño queda limpio y se acuesta a dormir, y sueña, sueña con otros niños, que lo golpean y lo escupen y le quitan a su madre. El niño despierta de golpe, asustado por la pesadilla, y se levanta y va a la escuela, donde se reúne con otros niños que gritan, y halan demasiado y tratan de ser callados por otros niños que ya no los son tanto. El frio y la lluvia se transforman en nieve, y los niños comienzan a jugar en la calle, el niño alza la cabeza y mira, mira por la ventana y ve a dos niños que golpean a otro niño en la calle, lo patean y escupen y además de eso lo entierran en la nieve. El niño piensa que mejor se va a dormir, que mañana será otro día y los niños deben dormir temprano. Eso es lo mejor que puede hacer.