miércoles, 12 de octubre de 2011

Lo que falta, lo que sobra, lo que se pierde.




Parte de cero, como rueda eterna, como girasol mórbido que sigue al sol y vuelve a su punto muerto, sin doblar el cuello, sin mirar lo lejos que se encuentra el vaso sobre la mesa. La sed y yo, el vaso y el agua, el aire en el cielo, lo poco en el suelo. La ropa sin lavar, el traje sin coser, los zapatos sin lustrar. La fiebre que sube fría por tu huesuda espalda, y mis manos nerviosas que no saben qué hacer. Tu boca se abre, ese espacio eterno de calor, humedad y rabia, donde viven las cosas más dulces, las preguntas más tontas, y la mejor, la mejor de las risas, que suena como agua en el techo llovido, como copa que delicadamente se quiebra en la alfombra. A veces aparecen canciones, canciones y huracanes. Besos, gritos, susurros, pedazos de nubes que pasan despacio a mis oídos y hacen cosquillas. Algunos días me reía, otros no tanto. A veces tu lloras... y yo me quedo en silencio en esta eternidad de frío y angustia, cuando la llovizna moja la calle y los pies se me congelan, cuando contemplo los lugares donde alguna vez nos miramos, y me sacaste la lengua.