lunes, 8 de noviembre de 2010




El no pensar al levantarse es indicio de que algo anda mal, o muy mal. La mecanización de un acto tan importante como el despertar, el activar el cuerpo, la mente, la vida, es un síntoma de derrota absoluta. Si a esto le sumamos cincuenta años de vida, un matrimonio, y el correspondiente divorcio, tres hijos que no me hablan y un trabajo mal pagado, el panorama se torna gris, casi negro. Lo más probable es que nadie se levantaría y se quedarían al igual que lo haría yo, todo el día tirado mirando las moscas pegadas al techo, frotarse las manos, y revolotear sin destino definido. Ojala yo pudiese hacer eso. Ojala pudiese decir “a la mierda, me quedo en casa”. Nada de eso, nada. La determinación de una feminista jueza, la universidad de dos, de los tres engendros y una ex esposa neurótica, causaron una pensión alimenticia demoledora, que me obliga a trabajar mis huesos hasta límites insospechados. Hoy es uno de esos días, hoy es uno de miles que he tenido que levantarme como un robot a cumplir con mi deber de macho proveedor, para una familia que me detesta. Me paro, me miro al espejo. Estoy flaco, blanco. Como si fuera de papel, como si me fuera a descascarar en cualquier momento. El agua empieza a correr, y yo también. Me hago un café mientras miro las noticias, nada nuevo bajo el sol, la misma gente, las mismas cosas. Mis llaves, el mismo pasillo, y el mismo ascensor al final del piso treinta. Son las 7:20 de la mañana, y me subo. Antes de que las puertas se cierren, apurada, casi corriendo sube la misma escolar, con la misma mochila, y sus mismos ojos de gato, que me mira y se ríe todas las mañanas. Un par de veces nos hemos ido juntos, bajando lentamente los treinta pisos, mientras miro sus muslos y sus incipientes pechos. Debe tener 17 a lo más, pero es alta y tiene esa cara como de niña caliente y que sabe lo que quiere en la vida. Como la actitud de putaza, en envase colegial y de mochilita rosada. Esta mañana es lo mismo, pero viene más alterada, se ríe, pero respira entrecortadamente, está como nerviosa, jalada, excitada, algo le pasa a la pendejita. No alcanzo a apretar el número uno en el panel del ascensor, cuando me pega con la mochila en la cabeza. Un fierrazo, piedras, plomo o algo tenía en aquel rosado misil que me golpeó el cráneo y me hace caer al suelo como un saco. No entiendo muy bien que pasa, estoy mareado, y la pendeja se me tira encima. Con un rápido movimiento desabrocha mi cinturón, me baja mis hermosos bóxer de leopardo que parecen de toplero flaite, y ahí mismo, me pega un combo en las bolas. No entiendo, me siento mal, todo se da vueltas, estoy mareado, me duele la vida después del último golpe, la miro con lágrimas en los ojos y vomito en el suelo. Respiro entre cortado y perdido en el espacio porque no se qué pasa, que hacer, ni decir ante una situación como esa. Estoy aturdido, adolorido, casi muerto cuando siento una patada en las bolas. Oh si, las mismas que hace dos segundos recibieron el combo, ahora parecen explotar en mi entrepierna con la presión de sus lustrados bototos negros, con un gatito rosa al costado. Ella se ríe, me mira y se ríe de manera cristalina, feliz, es como un juego, y yo que no puedo más me desmayo de dolor. Pierdo la conciencia. Por unos segundos, en los cuales me transporto a otro lugar, no se donde estoy. Floto en un espacio vacío, siento que no peso nada y me muevo despacio, como en agua tibia con jabón de guagua. Solo me desplazo, hay luces, ruidos, dolor, y el no saber porqué, el no entender nada, el sufrir todo.
Cuando reacciono ella está sobre mí, veo su rubia cabellera moverse de arriba abajo entre mis piernas, y siento la dolorosa erección que me causa con su boca y labios. El dolor es tal que lo único que atino es a gemir, casi llorando, implorándole que me deje en paz. Me lame la pija de manera grosera, como un animal amarrado que lo dejan comer después de días. Me duele todo, como si fuera a estallar. De pronto se detiene, alza la cabeza, se da cuenta que estoy despierto y me queda mirando. Primero seria como interrogándome con la mirada, luego se ríe y me lanza un beso con una mano, mientras con la otra golpea el tablero del ascensor, marcando el piso uno. El espacio reducido en el que me encuentro desfalleciendo de dolor comienza a moverse hacia abajo, mientras el tablero de a poco comienza a marcar los pisos… veintinueve… veintiocho… veintisiete… el dolor me hace cerrar los ojos porque la niña reanudó su tarea de manera brutal. Veo mi pija desaparecer en su boca y el sufrimiento me hace llorar, siento mi cara mojada con las lágrimas de miedo, la inmovilidad y la inminente erección de pánico y terror en su boca. El piso que se mueve implacable hacia abajo, veintiuno… veinte… de a poco el ardor me toma el estómago y el bajo vientre, siento la saliva escurrir entre mis piernas, no se que hacer, no me puedo mover, y mi cuerpo reacciona de manera normal: Aun en medio de este infierno logro excitarme y la erección es irrefrenable. Cada vez que ella chupa, mis riñones gritan, cada vez que ella muerde, mi cuerpo sangra. Quince… catorce… sus movimientos se intensifican, y su rubia cabellera despeinada me azota el torso descubierto. Once… diez… de pronto se detiene, y me da un abrazo tierno, casi dulce. Pienso que todo terminó cuando su mano me agarra al mismo tiempo que sus ojos chispeantes inyectados de rabia me miran y se burlan, nueve… ocho… sus manos apenas se ven, sus movimientos arriba, abajo, arriba, abajo y mi masculinidad que apenas se distingue entre sus uñas pintadas de rosa. Cinco… cuatro… voy a morir, va a explotar, la angustia es insoportable …tres… cierro los ojos, no puedo más se mete mi pija en la boca y succiona como una aspiradora gigante que me quiere arrancar las entrañas, muero en este piso de mierda, gimo, lloro como un niño asustado, colapsado… dos… me voy, veo su cabellera, y mis tripas que duelen, mis piernas que duelen, mis bolas que duelen, la pija que me duele y que se revienta en su boca, exploto en llanto y siento reventar mis genitales… uno…

Silenciosamente la puerta se abre, y veo el largo pasillo soleado que da hasta la calle. Al fondo un señor lee el diario, un perro se pasea en la entrada, los autos pasan, la vida sigue mientras yo no puedo moverme, tirado, destruido en el piso de este ascensor. La niña se para y me sonríe, con sus dientes perfectos, llenos de sangre y semen. Cierra la boca, y me escupe. Saca un pañuelo y se limpia gentilmente los labios. Me tira un beso y se marcha con su mochila al hombro y pasitos rápidos. La puerta se cierra lentamente, al igual que mis ojos.