martes, 27 de enero de 2009
Sol de Medianoche
Todas las tardes al volver, me miraba los pies. Largos, flacos, llenos de arena pegoteada, y agua que comenzaba a secarse, junto con la sal que comenzaba a arder. Una visión tal vez simple, del que según un amigo me dijo "el mejor trabajo del mundo" y vaya que lo fue. Llegar a la defensiva, cerrado, distante, y volver con las tripas afuera, con el corazón en las manos. Una semana despersonalizado, una semana sin ser yo, una semana sacado de la cotidianeidad de mi vida e insertado en otra, como arrendar una vida, para poder matar a la antigua. Claro que acá no la arrendamos, sino que simplemente la donamos a la causa y la dejamos a su suerte, para ver que pasaba, para ver que nos pasaba. Descolocados, despersonalizados. Pasar a ser en media hora padre, madre, hermano, tío, docente y todo cualquier apelativo necesario de un puñado de desconocidos que miraban con cara de necesitar un abrazo. Con los días esa necesidad se me paso a mi, necesitaba abrazar y que me abrazaban, por eso apretaba a la feña y a la cote. Por eso corría por un abrazo o un apretón de manos.
Volver a levantarse temprano y acostarse tarde, volver a despertar con sueño, volver. Volver a comer lo que te daban, a escuchar lo que ponían, a hacer lo que ellos pedían, pero con una sonrisa. Volver a nadar, a sentir el cuerpo adolorido al acostarme, tenso en cada uno de sus músculos, y despertar con el mismo dolor en la mañana. Bailar, cantar, actuar, crear, saltar correr, caer. Ser otro, por una semana, ser como realmente somos, sacar lo que estaba tapado y en ocasiones enterrado, y entregarlo, de la mejor forma posible.
El cuestionamiento, el pensar todas las noches, la entrega de afectos. El afecto en si mismo, pensar y pensar, las veces que hemos querido tanto, entregado tanto, y no recibimos nada. Y llega una manada de pequeños engendros que sin conocerte y sin haberte visto jamás en sus cortas y accidentadas vidas, te entregan su amor y cariño, así, sin condición, sin esperar nada, sin querer nada, solo un poco de atención.
Una vez escuche que la alegría era una droga, y hoy me doy cuenta que el comentario era certero. No me explico de otra forma el dormir 6 horas diarias y levantarse y hacer actividad física durante 7 días seguidos. Y si vemos la alegría como droga, ahora estoy con síndrome de abstinencia en mala. Me dio una angustia terrible. Quiero volver, quiero irme a los molles de nuevo, quiero irme ahora a dormir mal y jugar y reír todo el día, volver a ser niño por una semana, otra vez. Darme cuenta de que es lo realmente importante, a quien debo dedicarle atención, a quien debo entregarle mi tiempo. Descubrir que ser feliz no cuesta nada, que ser feliz es gratis y tan fácil como compartir un mate y un galletón de avena, mirando las estrellas. Que mis amigos valen más que todo el oro del mundo, que caminar me hace bien, y que el amor es lo único que crece cuando se comparte. Que me gusta saborear mis labios salados y secos al volver de la playa, que me gusta manguerearme en el patio, que me gusta caminar y correr, que la peor comida del mundo, con hambre es el mejor de los manjares, que inconcientemente ya estoy haciendo el bolso, para volver...
A mis niños queridos.
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