viernes, 13 de marzo de 2009

Llueve en mi Departamento



Cuando la Mila entró el agua ya se había apoderado de todo, y yo estaba arriba de una mesa con la mirada perdida viendo como todo flotaba, en el charco negro que se había convertido el piso, y en el agua que ya superaba el metro y medio, dentro del pequeño living de nuestro hogar.

Todo comenzó temprano, cuando me levanté y vi que unas pequeñas nubecillas se formaban en el techo de la cocina, lentamente, como motitas de algodón de blanco vapor, me miraban despectivas. No le di mucha importancia y seguí con mis quehaceres. Un par de horas después las motitas eran más grandes y no tan blancas, y comenzaron a desplazarse hacia el comedor, mientras almorzaba y leía el diario. De a poco se posicionaron y su color negro opacó el delicado color de mi pie de limón. Las primeras gotitas se dejaron caer casi de manera imperceptible, moviendo despacio el café que estaba servido y humedeciendo el papel de las hojas y la tinta del periódico. Me puse de pie, sin hacerme mala sangre y me senté en el sofá, no había para que pelear con las nubecillas, pero fue peor. Ese gesto de mi parte fue tomado como una afrenta, ya que de inmediato comenzaron a caer gotas más gruesas y la nube comenzó a expandirse y a crecer hasta cubrir la totalidad de la habitación. En es momento me di cuenta de que la cosa iba en serio, más aun cuando comenzaron los relámpagos, intensas descargas eléctricas que arruinaron mi televisor de un golpe y rebotaban en el suelo y se movían por el piso. Los truenos retumban en las paredes, botando el cuadro que alguna vez pintamos. El papel de las paredes empieza a ceder, el gato huye por la ventana. Esto se transformó en un pequeño diluvio y no hay quien lo pare. El agua comienza a subir, y mis papeles y tus fotos flotaban en el agua, una camisa vieja, una carta que nunca envié, se mezclan con mis discos y tus flores. Me subo a la mesa, y me siento a contemplar la catástrofe mientras el agua no para de caer y de alguna forma me purifica, me limpia, sentado con las piernas cruzadas en la mesa que comemos todos los días, en la misma que brindamos, en la misma que follamos las veces que nos dio la gana, cuando estabas aquí. El agua sube, estoy empapado, muerto de frió, levanto las manos y abro la boca, para recibir la lluvia que cae, la lluvia que cae aquí mismo, aquí en mi departamento, y sonrió, mojado, feliz.

En eso suena la puerta y entras. Me miras y te ríes al verme sentado y mojado encima de la mesa. Abres un poco más la puerta y botas el agua. Te paras al lado de la nube y la acaricias, le dices que ya esta bien y que tengo frió. La nube la envuelve con su blanco color, como un abrazo infinito y se va, por la puerta. Quedamos los dos mirándonos, mojados, empapados en el desastre que es ahora nuestra casa. Te sientas a mi lado en la mesa, te sacas los zapatos y me abrazas. Miramos por la ventana y al fondo esta el sol, mirando la ciudad, y al lado una nube que empieza a opacarlo. Parece que mañana lloverá.

Este cuento es pa ti.

2 comentarios:

karen dijo...

Alvarito me encantó el cuento, realmente me perece maravilloso imaginar que esas nuvesitas existan y que envuelvan nuestros techos para emparparnos de alegría, para volver a ser niños que juegan bajo la lluvia, no importando nada solo la exquisita sensación del algua que corre por el cuerpo, que moja que da escalofríos y dan ganas de reir...

Que felicidad la vida, que alegría poder leer y sentir que todo eso puede ser real.

Te deseo lo mejor en todo, que tus sueños se hagan realidad y tus metas se cumplan, que tú vida sea hermosa y siempre tan llena de armonioso amor.

amada dijo...

Nuevamente leo, pero me doy cuenta de detalles que no había leído y me doy cuenta que nuestra amistad fue como un día cálido, sin frió, sin lluvia, sin viento, fue suave y agradable, entrar en tú vida fue como un nuevo amanecer.