miércoles, 8 de octubre de 2008

Chinitas Asesinas



Estaba sentado en un parque, mirando distraído la ciudad, cuando un punto rojinegro distrajo mi atención. Posada sobre mis piernas había una chinita o "mariquita" como se les conoce en algunos países vecinos. Caminaba lentamente entre los pliegues de mis azulosos jeans cuando de pronto se queda mirándome, fijamente, con una mirada tan penetrante que parecía un cuchillo cruzando el breve espacio de aire entre sus negros ojos y los míos. Así estuvimos largo rato, hasta que se decidió a hablar. En un lenguaje tan extraño como el diseño de sus alas comenzó a llamarme, despacio, y a pesar del ruido pude oírle. Gentilmente puse mi dedo y de un salto se montó en él, con una agilidad impresionante para sus cortas patitas. La acerque a mi rostro para oírle mejor y comenzamos a hablar. Me contó que venía desde muy lejos por asuntos de trabajo y que nunca viajaba sola, sino con su equipo, un grupo de chinas asesinas a sueldo que recorrían el mundo haciendo "trabajitos" por encargo. De reojo mire alrededor y me percate de que efectivamente habían otras cuatro chinas estratégicamente posicionadas: Una en mi cabeza, otra en mi hombro con una metralla, una en mi zapato, y en el árbol de enfrente, casi colgando de una rama que parecía brincar con el viento, una china amarilla apuntándome con un rifle.

Me di cuenta que hablaban en serio, y reconozco que comencé a inquietarme, el solo pensar en la frialdad de aquel grupo de chinas que hasta la fecha, y en palabras de su líder, habían derramado la sangre de mas de mil individuos. Acerque un poco más al cabecilla a mi cara, para mirar más detenidamente el raro espécimen con el que me había topado esta tarde. Vestía un traje rojo de seda, zapatos perfectamente lustrados y un pequeño sombrero. Tenía un diminuto revolver en la cintura, que hacía juego con sus negros ojos.

Hablamos por buen rato, mientras los otros miembros del equipo no dejaron de apuntarme un solo momento. Me contó que su destino final era Egipto, que en la fría noche del desierto matarían un hombre que había osado no pagarles una deuda. Luego de eso, no tenían destino definido. Las horas pasaron y el grupo de chinas decidió partir. Cuando las vi alejarse, no pude evitar preguntar porque me habían hablado a mí, en medio de un parque repleto de gente. El líder se dio la vuelta y me sonrió, mostrando una infinita hilera de dientes blancos como las nubes que en ese momento cruzaban la tarde:

-No fue por ti, me dijo.
-¿Por que entonces? repliqué
- Fue por la mujer que está a tu lado, me dijo, volando hasta perderse y no verlo jamás.

En ese momento tomaste mi mano, sonreíste y me diste un beso. Con un certero movimiento tomaste mi brazo y seguimos caminando por la ciudad, entre la gente, disfrutando la compañía de estar en silencio un día completo, sin nada más que las palabras que se colaban y confundían con nuestros pasos.