- Buenas Tardes, ¿podemos hablar con usted sobre
Ni en la peor pesadilla surrealista, imagine empezar el día con esas palabras. Es una mierda despertar así, pero peor aun es escuchar esa triste frase al abrir la puerta. Al girar la manilla veo a dos gringos desabridos, con cara de hacer amigos y recién bañados en mi puerta, con una Biblia bajo el brazo, y una mineral sin gas. Ambos están vestidos iguales, con los zapatos lustrados, peinados, con sus dientes blancos, que contrastan de manera abismante con mi persona recién salida de una pegoteada cama, hediondo, con el pelo asqueroso, y en calzoncillos. Lo primero que se me viene a la mente es el porque están acá, que vienen a hacer desde tan lejos a interferir en nuestras monótonas y pasivas vidas. ¿Que habrán dejado allá? ¿Sus papas los extrañaran? ¿Será una especie de castigo venir a hablar huevadas a un país como el de nosotros? ¿Habrán dejado a alguna gringa gorda y espinillenta llorisqueando a moco tendido por ellos? ¿Se la habrán tirado el día antes de venirse, diciéndole que por ese día, solo por ese día y en esas circunstancias no era pecado?
Que mierda estos tipejos, me hacen levantarme de la cama y ¿que mierda quieren que les conteste? No se me ocurre nada mejor que hacerlos pasar, casi como una venganza por interrumpir mi sueño, porque al verlos entrar sentí que ya querían irse, salir de ahí, moverse, al ver las botellas tiradas, y el olor a caños impregnado en las paredes, en el suelo y desde ahora en ellos mismos, casi invisiblemente manchando sus blancas camisas. Pero ya cagaron, ellos pidieron entrar y lo consiguieron, así que no hay derecho a reclamo. Los acomodo en un sillón y me siento a observarlos. Tan incómodos, miran la caga que hay en mi casa, y no saben que decir, observan, miran, pobres huevones, yo creo que primera casa que les toca así. Uno, el que al parecer las hace de líder, se larga a hablar, imparable. Se saben el discurso de memoria, repite una serie de cosas que no entiendo, y me empiezo a confundir. Así que lo mejor que puedo hacer es dejarlo en “mute” un rato, y mientras veo solo gesticular y mover los brazos, me detengo en el otro, a observarlo. Es más cabro, debe tener unos 20 años y no deja de mirar el poco de hierba que está encima de la mesa. Me mira y baja la vista, avergonzado, como un niño que se ha portado mal, o que se saco malas notas y debe enfrentar a sus padres. Me da pena, no mucha, pero me da. Veinte años y anda dando la hora a las 4 de la tarde, día domingo, no hay salud. Algo tiene el gringuito, algo que hace que me recuerde a mi mismo a esa edad, cagao de susto, sin saber donde tirar, sin saber donde ir, sin saber pa donde va a micro.
- ¿Ha escuchado hablar de la tribu de Nefi?
- …
- ¿?
- No…
El gringo mas grande de alguna forma tomó el imaginario control remoto, se dio volumen e interrumpió mi reflexión. Lo miro sin saber que quiere escuchar. Cuantas veces habrá preguntado lo mismo, en distintas casas, barrios, horas, sillones, y gringuitos de compañía diferentes. La rutina, su rutina y yo sentado en calzoncillos
mirando sus biblias y el gringo mas chico que no para de mirar la mesa y los restos de juerga. Esta como penitente, culpable. De alguna forma quiero hacerlos sentir mejor, mostrarles que no toda la gente es tan penca, alegrarles un poco la tarde, sacarlos de contexto.
- ¿Almorzaron? – Los interrumpo- ¿si o no? Porque yo no y tengo hambre… harta.
Sin esperar su respuesta me voy a la cocina, y saco unas cervezas del refrigerador. De un cajón, unos panes amasados que mi mama religiosamente manda aun, los primeros días del mes, y unas paltas. Como una forma de sentir que aun dependo de ella, aunque ya son años en que no es así, me manda comida y diez lucas todos los meses, huevas de vieja, huevas de mama. Llevo todo a la mesa y lo dejo, como una seudo ofrenda, al lado del paquete de caños. Le paso una cerveza a cada gringo y los miro fijo.
El gringo más viejo, mira con recelo. No sabe si lo estoy hueveando o de verdad quiero ser amable con ellos. El chico ya destapo la lata, y toma un sorbo tan largo, que llega a parecer obsceno y se ríe el huevon. El gringo grande al parecer todavía no se decide, y hace calor, mucho calor, un calor de mierda que en esta fecha se cuela por las paredes, por la ventana, se pegotea en la ropa y no deja pensar muy bien. El chico, se mete la mano al bolsillo y me ofrece un Lucky Strike, - americanos, le digo – asiente satisfecho, sin parar de beber la cerveza. El gringo más viejo trata de seguir con la lectura de
En ese momento entra
Vuelvo a mi pieza, y ahí esta
- Ven, quiero cariños…
La vida puede ser como el pico algunos días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario