martes, 18 de noviembre de 2008

Desayuno


Termino de tomar mi café y te miro, de reojo. Ahí estas al lado mío, pero a mil metros, en otra parte. Tantas veces la misma escena, tantas veces la misma rabia, tantas veces la misma frustración, tantas veces las mismas ganas de matarte. ¿Por qué siento eso? ¿Por qué todas las mañanas te quiero ver muerta? ¿Por qué no lo hago ahora?

Seria fácil, estas despreocupada leyendo el diario y viendo imbecilidades que no tienen ningún sentido, en vez de mirarme a mi. Siento como tus ojos se desplazan por las palabras, sin siquiera notar que tomo un cuchillo firme en mi mano. A ver, como lo hago. Lo típico seria decir alguna cosa, como para darle mas importancia al momento, algo como ¡te odio! o ¡toma perra! o algo por el estilo, pero como que no me tinca, como que no pega en la mañana, si está todo claro por el sol, y eso es más como para la tardecita. Lo otro es que lo clave en la espalda, sin decir nada, y ver como me miras con cara de sorpresa, como queriendo saber que pasó o porque de pronto ves una hoja de acero salir por tu pecho reventando en sangre... Pero sería medio asqueroso, además de dejar la mesa toda manchada, y tener que lavar el mantel mmm… mejor que no. ¿Y si te ahorco? Me agrada la idea igual, tomar tu cuello entre mis dos manos y apretar, apretar hasta que no pueda más y ver como se te salen los ojos, y la lengua brota por tu boca que se comienza a poner morada, morada como tu cara, azul como tu cara, negra como tu cara de mierda, que no da más sin aire hasta finalmente morir, morir ahí en medio de la cocina pequeña de nuestra horrible casa sin niños.

Ahora te levantas, sin dejar de leer el diario, vas y tomas un vaso de jugo y comienzas a beber, sin dejar de leer. Te miro de pie y sin ropa en la pequeña y horrible cocina y veo tu cuerpo. Vaya que eres bella. A pesar de los años tus pechos están firmes, tu abdomen plano, tus piernas perfectamente moldeadas, y tu sonrisa, esa perfecta sonrisa que ahora por fin me mira, y muestra esa grandiosa hilera de blancos dientes. Te miro, me miras, y sin darte cuenta estas sobre la mesa, sobre el diario, sobre mi café, sobre mi, moviéndote, mientras mis manos recorren tu piel, tus piernas, tu grandiosidad y hacemos el amor como nunca, como adolescentes, como recién casados que joden todo el día y paran solo a comer, como animales, como conejos, te muerdo, te disfruto, me saco la rabia de encima follando como cuando tenía 20 años y tu 18, y pasábamos toda la tarde en esto. Te vas, si te vas, gritas, cierras los ojos, me aprietas las manos, aprietas tu cuerpo, abres la boca, me miras, te miro, la sonrisa, ahí está, la blanca sonrisa, me mira, me llama, me tienta, la blanca sonrisa esta seria, ya no se ríe, ya no está, se va, se va, con el grito desgarrador al ver el cuchillo, al ver el cuchillo que cruza el aire de esta horrible, apestosa y mugrienta cocina de la pequeña casa sin niños y se clava en tu garganta, mientras yo te miro, te miro arder de dolor y miedo, cuando tu cabeza se despega de tu hermoso cuerpo y queda sola en mi mano colgando, colgando de tus rubios pelos teñidos de sangre. Me paro, abro la ventana y miro por ella, y la verdad es que mi café sabe bastante mejor, bastante mejor cuando veo al perro jugar con tu cabeza en el patio, mordisqueándola y haciendo un hoyo para enterrarla y tal vez más tarde, seguir jugueteando con ella. Tomo mi chaqueta y mi maletín y parto al trabajo, ya son las ocho y media, y no pienso llegar tarde otra vez.