lunes, 14 de diciembre de 2009

Hoy somos todos desechables



Hoy somos todos desechables. Como un pañuelo, un condón o una toalla higiénica. El ser disminuido a la producción en serie, a la perdida de identidad, a la monotonía de hacer todos lo mismo. Somos un montón de burros que se miran las caras. Siento nausea, me da asco, desprecio. La mitad de las personas me parece inútil, la otra mitad da lo mismo, en unos meses más no los verás, y lo que les ocurra no importará, porque conoceremos otras personas, que cumplirán su labor, que serán útiles en ese momento, y luego los desecharemos.

Como un gusano de tierra que llega a la superficie, y se queda embobado mirando el sol, porque es primera vez que lo ve, y siente en sus anillos corpóreos llenos de nada, el calor de aquel circulo amarillo brillante. Así se siente el día de hoy, así se sienten todos los días. Mirar el sol un rato, y volver a la tierra oscura, deslavada, con el alma sin color, sin gusto a nada, ni a tierra. El comer despacio, sintiendo el sabor de cada cosa, en un ejercicio por entender por que cada cosa tiene ese sabor y no otro. ¿Porque tengo este color y no otro? ¿Porque soy azul como el mar?

Podría haber nacido verde, y mezclarme con la hierba que crece a la orilla de las veredas rotas. O negro como la noche, o como tus ojos de puta sin pasión. O rojo, como la sangre de los que tienen sangre. Pero bueno, al fin hay que aceptarse como uno es, y hoy yo soy viejo, y mis aves ya no cantan como antes, mi voz no suena como antes, yo ya no soy yo.

Lo único que puedo decir hoy es, vayan todos, antes que no vaya nadie.

Humberto, descansa en paz.